miércoles, 19 de agosto de 2009

LAS VALORACIONES CULTURALES Y LOS NUEVOS ISMOS

Fray Bartolomé de las Casas, intentó una enorme, desesperada obra de amor y de justicia que emprendió no sólo con la pluma sino también con la acción pastoral y política que desplegó mientras fue obispo de Chiapas, excomulgando a funcionarios y curas que oprimían a los indígenas y pidiendo a estos a que le denunciaran los agravios que sufrían.
En su testamento, escrito dos años antes de su muerte, dice: “Tengo por cierto que cuanto se ha cometido contra aquella gentes, robos o muertes y usurpaciones de sus estados…ha sido contra la Ley de Jesucristo y contra toda razón natural… y creo que, por estas impías e ignominiosas obras Dios ha de derramar sobre España su furor y su ira, porque toda ella ha comunicado y participado poco que mucho en las riquezas sangrientamente robadas e acabamientos de aquellas gentes”.
En los orígenes de la corriente indigenista de este siglo está Manuel González Prada, con su clásico ensayo “Nuestros Indios”, con una tesis extrema. El indio sólo puede confiar en sí mismo para liberarse. El indio debe armarse.
El indigenismo es notoriamente defensa del indígena agredido. También es otra cosa, un testimonio de amor. Es lo que sintetiza Arguedas: “Recorrí los campos e hice las faenas de los campesinos bajo el infinito amparo de los comuneros quechuas. La más honda y bravía ternura, el odio más profundo, se vertía en el lenguaje de mis protectores; el amor más puro, que hace de quien lo ha recibido un individuo absolutamente inmune al escepticismo”.
Por eso es comprensible el planteo del sociólogo José Uriel García: “Nuestra época ya no puede ser la del resurgimiento de las razas ni del predominio determinante de la sangre en el proceso del pensamiento y, por tanto, de la historia.” “A ese hombre que viene a nosotros con el corazón abierto a saturarse de sugestión de la sierra, henchir su alma a su contacto, siendo lo de menos el color de su piel y el ritmo de su pulso, a ese le llamaremos indio…”
Con justicia el catamarqueño Joselín Cerda Rodríguez dice que todos los que se reconocen hijos de esta tierra son indios. Aunque las cosas no sean como antes
Una característica extendida del indigenismo es su cercanía con las doctrinas socialistas.
Las raíces del anti-indigenismo no están en una posición literaria sino en la oposición al indígena, a su cultura. En primer lugar, en la concepción europea y en términos de Hegel: es “el espíritu libre”. El sentido de la historia, el sentido de todo pueblo sobre la Tierra, es para esa filosofía realizar la libertad. Quienes van adelante en este proceso marcan el camino, deben ser seguidos por los otros. “Los orientales sólo han sabido que uno es libre. Griegos y romanos supieron que algunos son libres. Nosotros sabemos que todos los hombres son libres”, decía Hegel.
La posición contraria a la de la libertad es la de estar adheridos a la naturaleza. (América, según la veía Hegel, aún no se ha sobrenaturalizado, aún no tiene un lugar en la historia). La libertad es representada, en la tradición europea, como separación e independencia respecto de la Tierra.
Como aspiración a la liviandad, la altura, la luz. Lo contrario es la densidad, lo bajo y oscuro de la materia planetaria que se convierten en anti- valores en el plano metafísico, ético y gnoseológico. La concepción de los pueblos indígenas de América ve a la Tierra como madre viviente que, fecundada por el Sol, da la vida y la sostiene. No se trata de alejarnos de ella para acercarnos a lo sagrado, al origen de la vida y los hombres -sino por el contrario- de descender profundamente al reencuentro con ella. La historia de la cultura imperante en el mundo –y no sólo en el llamado Occidente- puede verse como la historia de la lucha contra esta arcaica concepción.

No hay comentarios: