miércoles, 19 de agosto de 2009

LA IDENTIDAD Y LOS TIEMPOS NATIVOS

Entonces, por qué asociar nuestro desarrollo como cultura, como comunidades, como sociedad, con el tiempo transcurrido, y dividirnos según el “grado de desarrollo”, como decir, “grado de evolución”, según una óptica materialista objetiva, a veces, hasta etnocéntrica…Según con el cristal con el que se mire, dos preguntas para hacernos: ¿De acuerdo a esto varía el desarrollo? ¿Seremos una cultura mas desarrollada por nuestra permanencia temporal?
Para resolver estas incógnitas podemos plantear, según una óptica, que el tiempo está dividido en tres formas dimensionales posibles: pasado, presente y futuro. Pero con una idea atemporal de la vida, podemos lograr el uso del hoy conjugando el ayer y conjugando el mañana, pudiendo decir también ahora. Dimensionando el tiempo de otra manera, sin fraccionarlo seguramente lo viviremos intensamente sin conciencia más que natural de su paso. Este era el tiempo que vivían las culturas prehispanicas que se regían según el reloj de la naturaleza.
Inclusive, si nos situamos temporalmente podemos decir “ellos vivieron hasta…”, con un cristal, pero la otra forma de ver el tiempo, (hoy), es una forma de pensar donde el tiempo se computa diversamente, cualitativamente, sin reloj, por eso atemporal. Nuestros antecesores vivían con patrones de dimensionar el tiempo diferente, sin reloj, regido por un matiz de vida más cualitativo sin importar un momento cuantitativo.
Entonces, en el tiempo de la América prehispánica, se tenía un compás de tiempo determinado por la naturaleza, un tiempo de vida regido por los astros, las luces y las sombras, sin ser condicionados por un reloj que hoy nos lleva al extremo por nuestro ritmo de vida y una época que nos define individuos (indivisibles, únicos, diferentes del otro, como estar “solos en el mundo”, conectados a medios tecnológicos y no a nuestros pares) ante la máxima del condicionamiento que enferma cada vez mas la salud del hombre del siglo XXI.
Las diferencias se planteaban al transitar un camino unidos, como pares de una comunidad, agrupados en grandes familias, a las que a diferencia de aquel tiempo, se les llama hoy: sociedad, y eran comunidades, sin duda, y el destino colectivo era una realidad porque comprendían el presente del día a día, construidos desde las primeras pinceladas del ko´é (guar. amanecer), y desde una relación de pares mejor entendida –observado esto en la cultura de una comunicación más fluida, más humana. Las relaciones humanas quizás eran más ricas en comunicación, diríamos espontáneas. Y aquí hay un claro ejemplo, de cómo hoy el sedentarismo y la tecnología nos deshumaniza. Seguramente, un atardecer, en ronda familiar, les permitiría planificar estrategias, dirimir conflictos, como algunos lo hacemos en una mesa. Sería otro motivo para entender como aquellos, aunque con conflictos, vivían esa dimensión natural del tiempo en comunión con sus pares, e interrelación continua y fructificante, aunque litigaban, a veces a muerte, como las sociedades de todos los tiempos.

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